Pasamos largo tiempo de nuestra vida lamentándonos por las cosas que nos ocurren o por las cosas que no nos pasan o por las cosas que podríamos hacer que nos pasen, pero no somos capaces de realizarlas. Definitivamente, pasamos demasiado tiempo lamentándonos.
Hoy estuve meditando sobre este tema, el cual siempre viene a mí cuando estoy largo tiempo sola y con mucho tiempo libre. Cada día que pasa me propongo ciertas metas, que pueden ser realizadas al momento o requieren de un tiempo. De una forma u otra, sé que esas metas que me propongo no van a terminarse. No todas.
Hay muchas formas de vivir la vida. Tantas que me abruma cuál debería elegir yo. Y es que, me apetece tener muchas experiencias, me apetece hacer cambios radicales. Sin embargo, llegado el momento de oportunidad, no soy capaz de salir de mi espacio de confort. ¡Nos pasa a todos! Es algo natural.
¿Qué hacer ante estas situaciones? Muchos dicen de plantearse las metas, escribirlas, ser constante, etc. El problema está en reconocer que las metas de las personas varían y que encontrar algo que llene de verdad es difícil.
Yo llevo muchos años sabiendo que mi felicidad se encuentra en vivir en el campo, en un lugar donde no se requiera apenas dinero para vivir, donde pueda cultivar y cuidar de animales que sustenten a mi familia.
Eso se aleja mucho de mi zona de confort.
Pues hablando de la zona de confort, esta puede ser beneficiosa o perjudicial para la persona. Lo curioso es que incluso si es perjudicial, la persona se acostumbra. Estoy de acuerdo con todo lo que has dicho.