El mariposario

Entró en un mariposario. Hacía un calor abrumador, sofocante, irritante para ella. Multitud de plantas exóticas la envolvían. De vez en cuando, se acercaba alguna mariposa por su zona. Podía verlas. Llevaba varias horas sola, sin hablar con ningún compañero de clase. Por desgracia, no había llevado su reproductor de música al viaje. Veía las mariposas revolotear de un lado a otro. Tenían unos colores vivos, intensos, atrayentes.  Un par, blancas, se acercaron juntas pasando cerca de su pelo. Se asustó un poco, luego se giró y las observó irse. Al girarse vio a algunos de sus compañeros reírse. Pensó que se reían de ella. Marchó corriendo de ese sitio. ¿De qué se reían? Nunca nadie lo supo.

Dio otra vuelta por aquel mariposario, aunque ya no había nada que ver. Su mente estaba estancada en su propio malestar. Ese malestar acechador que aparecía en cada viaje. No sabía el porqué de esa realidad, pero conocía de su existencia. Muchas ocasiones tuvo para vivir el malestar propio de las excursiones escolares. Tan solitarias eran esas horas… Al salir del mariposario se dirigió a la fuente de agua. Le encantaba la construcción de esa fuente. Al subir la palanca que accionaba el mecanismo, una gran cantidad de agua brotaba para que se pudiera beber. Canalizada, marchaba por un circuito que estaba envuelto por naturaleza, llegando hasta un laberinto hecho por setos. Ahí, el agua desaparecía por los subterráneos.

Dos horas habían pasado desde que ella estaba por esa zona: la fuente, el laberinto y el mariposario. Perdida, no sabía dónde había que ir. No tenía ningún grupo de amigos y no sabía que ese parque de la ciencia tenía dos pisos repletos de cosas que investigar. Ella se pasó allí esas dos horas mirando el agua, mirando cómo se iban sus deseos y sueños con esa agua que después de un breve viaje desaparecía sin más.

Nadie se fijaba en ella. Ella misma se olvidó de sí y viajó a través de su imaginación. Su aventura comenzaba en el laberinto, un laberinto mucho más grande y más peligroso que el real. En él, perdida, se encontraba ella buscando la salida. Llorando porque alguien fuera a rescatarla. “¿Por qué nadie se da cuenta de mi desaparición? ¿Acaso nadie se ha dado cuenta aún? Estoy sufriendo, estoy sola, estoy atormentada ¿Nadie viene a salvarme?” Ella sabía perfectamente la respuesta. Aún así deseaba con todas sus fuerzas que vinieran a rescatarla.

De repente, multitud de niños aparecieron por la zona. La visita del parque tenía como fin del recorrido el mariposario y el laberinto. Ella no intentó acercarse a nadie. Pasado un rato, los profesores llamaron a todos los niños para salir de las instalaciones. Subió al autobús, miró la ventana y llegó a casa.

Llegó a su casa destruida y allí  se encontró a  su madre y a su padre discutiendo. Ella fue a su cuarto, cerró su puerta y puso música. Por largo rato lloró abrazada a su peluche. Con lágrimas en las mejillas y mocos, apagó la cadena y fue a la cocina a comer.

Publicado por

Jesica Prades

Autora de "Viviendo en USA". Interesada en negocios, marketing, senderismo y jardinería. Me gusta pasar mi tiempo libre dando paseos por la naturaleza, leyendo, aprendiendo nuevas cosas y jugando a videojuegos.

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