Las competencias del profesorado


Dedicada a esto de la realización de carteles, aquí dispongo otro. Quizás muy simple, pero para el tema no se puede pedir más. Conferencia a la que asistiré mañana, de la cual puede o puede que no, hable en este blog.  No se trata de no estar interesada en la pedagogía, sólo es que ando con demasiadas cosas que necesitan una prioridad mayor que la de publicar. No obstante decir tiene que ando en un proyecto realmente interesante.

A día de hoy ando de prácticas en un instituto de la zona. Observo, pero también participo. Las horas de tutoría, una a la semana, me dan el control del aula para experimentar lo que desee. Realicé con los chicos una actividad de la cual no hablaré ahora, pero que me servirá como introducción a una breve reseña de esta experiencia gratificante. Hasta que llegue, iré publicando ciertas cosas de mi interés en la pedagogía social.

Para terminar y como dato:

Las funciones de los medios didácticos son guiar el aprendizaje, evaluar, motivar, ejercitar habilidades, proporcionar simulaciones y entornos para la expresión, la creación y la  transmisión de información.
 Les animo a que vengan a la conferencia.

Mi vida y la escuela

Freno y espuela es buena escuela
Anónimo
Su nombre es Manuela Fernández Martín, nacida el 1961 en Algeciras, asistente a la escuela durante cuatro años. Hace mucho que no recordaba aquellos tiempos – dice mientras se le entrevista. Mucho tiempo que no vienen a mi mente esos años donde lo fundamental no era jugar. De familia con un nivel económico medio-bajo, sus estudios duraron de 1967 a 1971. Cuatro cursos de primaria fueron la única formación académica que Manuela tuvo. Y es que, a los 11 años ya era hora de trabajar.
En casa muchas veces no se podía cenar. De padre “cabrestero”, como ella dice vulgarmente, la comida se solía conseguir gracias a los animales que tenía a su cargo. La leche la conseguía de ordeñar las vacas, los huevos de las gallinas, el jabón lo hacía su madre a mano del aceite que sobraba… Muchas veces las comidas las conseguían en el campo, espárragos, caracoles, chumbos, eran alimentos que solían formar parte de su dieta. Incluso tenían, de vez en cuando, un pequeño negocio con un señor francés interesado en los caracoles. Muchos días laborales ella, el padre y varios de sus hermanos – cabe decir que la familia consistía en el matrimonio y catorce hijos-, iban al campo hasta altas horas de la madrugada, que podían ser perfectamente las tres o cuatro de la mañana, para coger caracoles y vendérselos a este señor ya citado. Por supuesto, luego tenía que ir a la escuela, pero ese dinero era necesario en casa para poder seguir adelante.
escuela de los 60La casa era un ir y venir constante de gente. A partir de los 11 años todos los hijos se iban a trabajar; la madre se quedaba en casa al cuidado de la misma. Había una norma intocable, como tantas otras, pero de especial mención: en casa no se habla de política: no se habla ni de Franco, ni del Estado. Esta norma impuesta era realmente aterradora – comenta Manuela mientras lo narra. Al parecer, el padre los atemorizaba si sacaban el tema en algún momento. Así pues, durante su infancia nunca se habló de temas políticos en casa. Se le preguntó si tuvo a alguien cercano que se hubiera visto en problemas por causa de estos temas, pero al ser tan pequeña no recuerda ningún hecho.
            Respetar era la educación primordial. No se podía contestar a los mayores, menos insultarlos. Se debían seguir sus órdenes sin rechistar, sin aludir a ningún tipo de razón porque “por cualquier cosa te podían dar una paliza”. De hecho, como cualquier niño que a veces desea imponer su opinión, Manuela se ha llevado muchas palizas. Esta actuación era una herramienta más para educar correctamente a tu hijo.
            El colegio. La primera norma que te enseñaban era el respetar al jefe del estado, al generalísimo Francisco Franco. La segunda, cantar el cara al sol. A las 8:45 de la mañana todos los niños se ponían en fila para cantar la canción con la mano alzada. Finalizada la tarea, sin hacer ruido debían dirigirse a sus clases respectivas. Los grupos estaban divididos por sexos: niños y niñas. Manuela recuerda que a partir del 67 se hicieron las clases mixtas, probablemente este cambio se debió a la ley orgánica del estado que se promulgó ese mismo año cuya función principal consistía en la separación de los cargos de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno. En la clase había 54 niñas distribuidas por clase según su nivel de inteligencia. Los que estaban delante del todo eran los más inteligentes, los que estaban al final eran los tontos o torpes. Manuela estaba atrás.
            La forma de entrar a la clase también era algo que debían aprender, un proceso instructivo en toda regla. El recorrido era siempre el mismo, pasos concretos, movimientos concretos. En fila iban por un pasillo determinado y a medida que llegabas al asiento que te pertenecía te incorporabas sin hacer el menor ruido, ni siquiera al mover la silla. Mientras todos se sentaban, el profesor se quedaba en la puerta. Cuando terminaban, se dirigía a la tarima, entonces los niños se tenían que volver a levantar, ponerse firmes y decir: “buenos días, Don Jacinto”. Buenos días – contestaba el profesor-, saquen su libro de historia. Los profesores eran muy disciplinarios, pegaban mucho, de distintas formas: palos de madera que golpeaban las manos, tirones de pelo, esparadrapo en la boca… Él era quien “educaba”, pues los padres estaban trabajando o en el campo.
escuela de los 60            En la clase foto de Franco y crucifijo. Las paredes blancas, los pupitres verdes, la tarima marrón. No había estanterías ni percheros; las cosas se ponían en el propio pupitre. Los profesores venían al aula a impartir su lección cada hora o cada dos horas. El horario se dividía en dos turnos. El de la mañana de nueve a una y el de la tarde de tres a cinco. Durante la hora del descanso los niños almorzaban en el colegio y luego se ponían a jugar o hacer los deberes que les habían mandado. En el recreo: pelotas, chapas, canicas y combas. Un detalle realmente curioso fue que tanto el desayuno, el almuerzo como la merienda eran dados por el colegio a los niños que asistían al mismo y estas comidas eran pagadas por el estado.
            Cada día había una hora de religión que la impartía el párroco de la barriada. Se les enseñaba el padre nuestro, el ir a la iglesia los domingos y la sagrada escritura. La catequesis también se daba en el colegio. De hecho, un catequista venía a ofrecer apoyo al cura que impartía las clases para dividirse los alumnos.
            La metodología impartida era siempre similar. El profesor sacaba un libro, explicaba la materia poniendo datos en la pizarra y luego ponía ejercicios que los niños debían copiar y hacer. Todos los días eran un sinfín de deberes por hacer. Para corregirlos, llamaba a uno de los chicos a realizar la tarea en el estrado – siempre por su apellido. El resto de los alumnos, después de que el profesor diera el visto bueno de la resolución del problema, copiaban la respuesta y corregían lo que tenían en sus libretas. Si tu problema estaba mal hecho, te sentaba y sacaba a otro compañero. Si no tenías hechos los ejercicios, te pegaba con la regla de madera cinco veces en cada mano, te castigaba sin recreo o te hacía copiar cien veces “Traeré los deberes hechos”.
            Manuela recuerda haberse escapado de vez en cuando de asistir a clases. Se escondía con sus amigos en los campos, en las canteras o en los llamados “nidos de guerra”, lugar donde se ponían los cañones. Era muy importante que ninguna persona mayor la viese, sino, tendría una paliza asegurada. Cuando llegaba la hora de salir del colegio, todos los amigos que se habían saltado la clase, volvían a sus casas.
escuela de los 60También recuerda que, antes de ir al colegio, tenía que hacer la cama, fregar el baño o limpiar los platos o tender la ropa o comprar el desayuno. Todos los días había una tarea que hacer, igual que al volver de la escuela. En general, al regresar limpiaba los animales de la casa, como ya se ha dicho, conejos, cabras, gallinas, etc. Juegos no tenía apenas, sobretodo en invierno. A las seis atardecía, a las ocho se iba a dormir. Los sábados y domingos su madre la ponía a pintar la casa, limpiar el patio, los arriates o cualquier otra cosa. Los hombres no debían cumplir estas obligaciones: limpiar era cosa de mujeres.
Cuando llegaba el verano, ella podía jugar un poco más. Iba de vez en cuando al cine, cuando su madre le daba alguna peseta o cuando se la ganaba trabajando. También iba a la playa, los domingos. Cogía pulpos, erizos, cañaillas, cangrejos, coquinas y muchas otras cosas. Le daba el sol, se bañaba en la playa y disfrutaba. Disfrutó hasta tener once años, hasta que sus padres vieron que ya tenía la edad suficiente para dejar sus estudios y trabajar.
Cuando Manuela tuvo 42 años se sacó el graduado escolar. 
Jessica Prades Fernández

Como un experimento de ratones

Sin duda, la escuela educar no educa.
Sabemos que la escuela es un medio de control social y si no lo sabíais, aquí lo dejo escrito. Es una institución del estado y como tal, tiene funciones que no debería tener. ¿Acaso no se nota que utilizamos las escuelas/institutos como una guardería? Dejamos a los educandos ante unas manos totalmente desconocidas para poder seguir con nuestra vida laboral. Que sí, que funcional es, pero como con todo, hay un precio.
experimento ratonesEl precio es grande, costoso, horrible. Quien haya pasado por una institución escolar – hemos pasado todos-, habrá notado la frustración constante diaria. Profesores autoritarios que coartaban tu libertad,  manipulaban la información para inculcarte doctrinas sin argumentación, te instruían en conocimiento inútil para la vida desmotivándote a que lo repitieras como un loro sin conciencia ninguna… 
Hay tantas cosas malas en la educación, que podríamos vomitar.  Podríamos, sí, pero no lo haremos. ¿Qué educadora sería si me quedara únicamente en apuntar faltas que casi todos conocemos? La realidad es complicada, el cambio también lo es, no obstante, animo a dos cosas:
Animo a los alumnos a utilizar la frustración como motivadora para cambiar su entorno y buscar herramientas que, desde su posición de  educando, movilice a otras mentes, volviéndolas críticas ante el contexto en el que se encuentran. 
Animo también a los profesores que, teniendo el verdadero poder de cambiar las cosas desde la base, deben escuchar a sus alumnos, ayudarlos, ser uno más con ellos para que se sientan integrados, comprendidos y expectantes del conocimiento que se les va  a exponer. Animo a que sean figuras de autoridad positiva
Y yo, de mientras, seguiré esforzándome en difundir lo que considero correcto y transmitir a mis allegados todo lo que considero positivo para el futuro cercano.

El trabajo y la Pedagogía

“¿Cómo se encuentra el primer trabajo en Pedagogía?” – comentaron. 

Sin duda, esta era la pregunta que más importancia tenía para mí; aun así, la respuesta no me sorprendió. Son los contactos personales los que nos abren las puertas una vez que hayamos terminado nuestra carrera. Los contactos personales y no una autocandidatura fuertemente defendida, aunque nadie quita que esto no influya en el resultado final.

El instituto, la formación, los centros TIC, los servicios socioculturales son algunos de los ámbitos donde un pedagogo puede realizar su cometido, pero sin duda el plato fuerte es ser el “Formador de formadores”: modular cursos para empresas mayoritariamente. Es cierto que nos dejaron constancia de un nuevo camino del pedagogo, camino que se está descubriendo recientemente y que tiene mucho por hacer. No es otro que el de los recursos TIC y la enseñanza virtual. Cada día más, las empresas optan por formar a sus empleados de esta forma: menor coste, mayor eficiencia. Sin duda, todo un campo por explotar donde requieren la mano de un asesor de recursos tecnológicos para crear las acciones formativas lo más productivas posibles. El pedagogo se vende con la frase siguiente: “somos facilitadores de algo…” ¿De qué exactamente? Nadie lo sabe.

Parece que no es suficiente formarse durante cuatro años, además uno debe ser un autoformador de las demandas que existen o las demandas que no existen, pero existirán. El pedagogo, ese profesional que nadie sabe con exactitud para que sirve, que lucha por hacerse un hueco en una sociedad donde su labor no está, ni de lejos, reconocida y que, aún así, hace falta.

La pedagogía no es carrera de cualquiera, sólo las personas con iniciativa real podrán alcanzar, probablemente, el final del camino. ¿Por qué esta afirmación? Es difícil ver a un colectivo de personas capaces de aguantar la incertidumbre que la pedagogía levanta. Y no creo que eso esté mal, podríamos calificarlo como una estrategia, intencional o no, para seleccionar al personal.

No olvidemos que trabajos donde se requieran de pedagogos no abundan.

Acercamiento Superficial

Hace ya un pequeño tiempo que gesté este blog, con pensamientos educativos y pedagógicos. Hace un tiempo que lo gesté, pero no tenía la motivación necesaria para hacerlo crecer, tener vida y solvencia. Ahora, sin duda es el momento.
¿Quién soy yo? Un eslabón más dentro de la tercera revolución educativa o eso quiero ser. Después de tanto tiempo me he dado cuenta de que la desmotivación tenida a lo largo de mi vida con referencia a las instituciones educativas eran el pilar fundamental. ¿Por qué? Por ser la única razón que me mueve a actuar, deseo cambiarlo.
La educación vivida, la educación malvivida.
¿No es el momento perfecto para señalizar de forma crítica lo que existe a nuestro alrededor?
Bienvenidos a «Prevenir no es reprimir«.
Aprendamos todos juntos.

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