La educación es una obra de arte

La educación es una obra de arte. El educador tiene que ser una persona ética, una persona responsable. Debe respetar los límites de la persona, conocerla, comprenderla e iniciarla. Cuando educamos, no debemos entrar en la persona, hacerla nuestra y convertirlas en un reflejo de nuestros valores e ideologías. No debemos entrar en su cerebro y conseguir el resultado deseado. La educación no es adoctrinamiento. La educación es transformación, es apertura, es libertad.dibujo de niño
El educado debe encontrar un camino, crear una forma de ver el mundo, una perspectiva. El camino conllevará sueños y miedos, conlleva errores e irresponsabilidades, pero es el precio que la libertad nos da. La infantilización de las personas no ayuda a nadie. Si somos educadores, si somos personas que buscamos el crecimiento personal, debemos dejar a un lado nuestras opiniones sobre cómo deben ver el mundo las personas. Cada cual será libre de elegir lo que más feliz le haga, lo que más apoye sus convicciones. No se debe tener miedo de dejar volar a las personas cuando se las está educando. La variedad de pensamiento es buena, apetecible y enriquecedora.

 La educación es una obra de arte porque el educador redibuja el mundo para sus educandos. La educación es una obra de arte porque las personas que están siendo educadas van pintando sobre un lienzo líneas y formas. El lienzo nunca está del todo blanco, pero tampoco negro. Debemos saber llegar a ellos sin imponer nuestra autoridad moral, pero sin olvidar que tenemos una. No engañemos a nuestros alumnos, no despreciemos nuestro posicionamiento. Seamos francos, reales y enseñemos lo positivo de nuestro pensar, pero también enseñemos lo positivo de otras formas de entender el mundo.

Educar es complejo, duro y cansado. La creatividad no siempre aparece, la desazón por el contrario sí. Pero nosotros, educadores, somos artistas y como artistas tenemos que seguir esforzándonos por crear, por dibujar, por llegar a todas las personas y convertirlas en seres felices y libres. La educación es nuestra meta, nuestra ilusión, nuestra razón de ser.

Seamos parte de un proceso tan maravilloso y arduo como es la educación.

 

 

Los olvidados en el aula

A veces se olvida hablar de personas que no llaman la atención.
El curso ha terminado, mi primer año como futura pedagoga se ha difuminado por el tiempo sin que me de cuenta. Sin coste, he pasado por las aulas de la universidad y he aprendido muchas cosas interesantes. Con entusiasmo espero el siguiente año para seguir formándome y crear un pensamiento más crítico y productivo. Al menos este año he aprendido a justificar el texto y ponerle dibujos a las portadas de los trabajos.
Bromas aparte, siendo las 8:06 me he puesto a pensar en mi motivación por la pedagogía, a saber, mi frustración constante en mi etapa educativa. No sé si lo he comentado por aquí alguna vez, pero yo siempre he sentido que el instituto es una gran pérdida de tiempo. Me aburría, me hastiaba, me cansaba enormemente. Sin duda, gracias a mis padres y a mi cabeza, continué sin atender demasiado a la terrible apatía que sentía hacia él. Y es que no conseguía entender porque ningún profesor me prestaba atención.
Alumna callada por lo general, la cual saca buenas notas no es persona a la que se le deba atender. No obstante, aquel alumno sentado, probablemente al final de la clase, cuyas bromas siempre son divertidas, tiene la expectación de cualquier profesor. Olvidamos al callado, al que quizás le cueste o no la materia, pero no habla. Lo olvidamos porque no molesta en clase y porque si va aprobando, no tenemos que hacerle ningún gesto de aprobación. Ya lo harán los padres – supone el profesor.
La necesidad de un guía
Estuve durante unas semanas yendo a un instituto realizando prácticas de observación en el aula y me fijé con gran atención en este detalle. Dos chicas, sentadas juntas no hablaban nada en clase. No levantaban la mano, no hablaban apenas entre ellas, no parecían existir. De hecho, tuvieron que pasar tres semanas para que su nombre sonara en clase y yo pudiera aprenderlo. Durante esa época ningún profesor se paró a hablarles, a preguntarles si todo iba bien. Pasaban por su lado y o bien le prestaban atención a la mesa de delante o a la de detrás.
Es corriente caer en este fallo: el no atender a personas que no llaman la atención por sí mismas en el aula. Pero es muy importante ser conscientes de que lo cometemos y modificar la actitud. Es muy costoso porque la persona que de por sí ya tiene un carisma, eclipsa al resto. No obstante, el éxito de muchas de estas personas que parecen formar parte del mobiliario escolar está totalmente ligado al sentimiento de aprobación otorgado por el profesor.
A veces basta un: “¡muy bien! Tu redacción ha sido genial. Si te interesa el tema, puedo recomendarte algún libro.” A veces basta una sonrisa.

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